Columnas Olrai

No con un estruendo

[Columna de Álvaro Campos, Panelista Olrai]

Así termina el mundo, escribe T. S. Elliot, no con un estruendo sino con un quejido. O cualquier traducción castellana para «not with a bang, but with a whimper». En la cultura pelotera que me crio se usa un término distinto, pero cercano: sin pena ni gloria. La diferencia es que esta campaña no trajo gloria pero sí mucha pena.

Hace frío en Pedrero, y la música de los sponsors oficiales suenan a todo volumen por parlantes innecesarios. Es como una sala de cine vacía con efectos especiales de explosiones.

En la cancha, se mueven varias decenas de pelotas mientras distintos jugadores de colores, de petos, de buzos, de pecheras, combaten el frío con sus primeros movimientos.

Estamos con Felipe Gatica en el sector de prensa, un espacio habitualmente tan disputado, ahora el único donde hay vida humana en este desierto albo y negro. Los relatores gritan como si compitieran entre sí. Es absurdo y un poco ridículo. La situación, el silencio, desnuda cuán innecesario es todo esto. Cuando hay un estadio lleno, desbordante de entusiasmo y cánticos desde todos sus rincones, esa melodía de sus entonaciones radiales es un condimento más de esa rica tensión previa a los partidos. Ahora, en cambio, no hay por qué gritar, no hay por qué transformar la voz en algo que no es. No hay por qué rayar la pizarra blanca del silencio.

Que hable el silencio.

Los ojos no están aquí/no hay ojos aquí/en este valle de estrellas que mueren/en este valle hueco/la quijada rota de nuestros reinos perdidos.

El césped es verde y amplio. Como hormigas lo cruzan despacio los primeros jugadores que salen del túnel. Un teatro vacío. Ahora vienen con sus uniformes oficiales. La camiseta del Centenario ya no va. Los jugadores se saludan y se escucha el sonido de sus palmas al chocar.

La Conmebol hace que los jugadores se intercalen en un semicírculo. No es sobre Gaza, cómo se les ocurre. Menos sobre Mylan y Martina. La voz del estadio habla sobre racismo, alguna generalidad inocua sin contenido real. La hipocresía post-Ucrania, post-Catar.

Justo antes del puntapié inicial comienza el show pirotécnico en las afueras. Fuegos artificiales que no son celebratorios, son cualquier otra cosa menos alegres. Esta no es ninguna fiesta.

Correa tiene la primera y Cepeda la siguiente, pocos minutos después. Colo-Colo se ve bien y hace pensar que este equipo tenía para más. Que pudimos ganar en Colombia, y que pudimos ganarle a Fortaleza y Racing en Santiago, antes de desfondarnos por completo. La pelota se pasea frente a la línea de gol tras desborde y centro de Cepeda. Vamos a ganar.

O tal vez no. El partido se va enredando, se va alejando de los arcos, se va enmarañando. El Tuto falla feo con los pies.

El gol de Correa —siempre empeñoso, siempre buscando— desencadena aplausos satisfechos y un fenómeno único: se escuchan al mismo tiempo todos los relatores gritando la emoción del gol para sus oyentes. Una cacofonía zoológica.

Poquito después de los treinta minutos de juego viene la expulsión de un jugador visitante por doble amarilla. Y ahora sí que sobra una hora de juego.

Entre la idea/y la realidad/entre el movimiento y el acto/cae la Sombra.

Entra Pavez para el segundo tiempo: el partido ideal para recobrar la confianza extraviada. Una pichanga ya resuelta.

En Avellaneda siguen empatando a cero y es como si supieran que acá en Pedrero no habrá cambio de planes. Ambos equipos corren mucho pero tocan con imprecisión. Hace mucho frío.

Entre la concepción/y la creación/entre la emoción/y la respuesta/cae la Sombra.

Después del cambio doble del minuto 75 vino una ráfaga de buenos toques a alta velocidad y con espacios. Cepeda marcó el segundo pero el VAR lo desmarcó. La cuenta mínima, el frío intenso, los minutos todavía por quemar. Aquino cerca de marcar un golazo y Bucaramanga, evidenciando el cansancio de jugar con uno menos, deja cada vez más forados frente a su área. También pegan cada vez más.

Entre el deseo/y el espasmo/entre la potencia/y la existencia/entre la esencia/y el descenso/cae la Sombra

No fue un partido tan malo, después de todo. Fueron las condiciones externas las que lo hacen tan singularmente olvidable: un partido que estuvo de más. Pero estuvo bien, hubo llegadas, brochazos de buen fútbol. Ninguna maravilla pero tampoco un bodrio. Cuando se cumplieron los 6 minutos de descuento y sonó el pitazo final la sensación era de que al menos se ganó. Poca cosa, pero pudo ser tanto peor.

La crisis no se profundiza, pero el equipo está lejos de salir de ella.

Este año tuvimos un sueño libertador de América, espoleado por el brillo del centésimo año. Así es como termina.

La cancha se volvió a llenar de los colores de gente con petos que entra: la tele, los fotógrafos, los cuerpos técnicos, la producción. Lentamente colombianos y chilenos se fueron acercando a la salida, con el audio a todo chancho de comerciales multinacionales en la pantalla, sin sentido ni razón.

Así es como acaba el mundo/así es como acaba el mundo/así es como acaba el mundo/no con un estruendo sino con un quejido.