Por Diego González, panelista del #ColoCoLeit
Si usted no tiene Twitter, quizás no supo de este tuit del Club Magallanes, por su notable 120 aniversario:
«Y acaso @ColoColo no piensa pasar a saludar? Estos cabros de hoy en día #120Magallanes»
Las respuestas me hicieron enojar. Bastante. Quizás ustedes son más tranquilos que yo, quizás a ustedes les preocupan menos las cosas. Yo no.
Las respuestas eran: «Felicidades al único que que tiene la autoridad de decirnos hijos», «Felicidades @ClubMagallanes sin duda la única paternidad que podemos reconocer», «Feliz cumpleaños, Papi!». No solo en Twitter, sino que en Facebook los comentarios se multiplicaban, de la misma índole, reconociendo una «paternidad» de Magallanes sobre Colo-Colo. Y de verdad que me hirvió la sangre.
David Arellano y sus compañeros eran parte del plantel de honor de Magallanes en 1925. Él quería que el plantel se profesionalizara, entrenar semanalmente, quería pedir a la dirigencia que se invirtiera en lugares de entrenamientos de mejor nivel, que les dejaran de cobrar cuota a los jugadores para ser parte del Club, que Magallanes les diera los implementos deportivos necesarios y, además, estaba podrido de que siempre jugaran los viejos, que solo eran titulares por estar «apernados» y no porque lo merecieran. Cuando Arellano le propuso estos cambios a la dirigencia y a los líderes del plantel, le dijeron que no. Que no había para qué ser profesionales, que para qué entrenar semanalmente, para qué cambiar las cosas si como estaban les iba de maravilla.
El punto de quiebre fue en la reunión de socios de Magallanes, donde la mayoría del plantel votó para que David Arellano fuera su capitán, pero los dirigentes vieron a un líder opositor a su gestión y movieron las reglas de la asamblea, para que David no fuera el capitán. La reunión se acaloró y David Arellano salió ofuscado de ahí, siguiéndolos sus compañeros Francisco Arellano, hermano de David, Rubén Arroyo,Luis Mancilla, Nicolás Arroyo, Clemente Acuña, Juan Quiñones, Rubén Sepúlveda, Luis Contreras, Salvador Torres, Togo Bascuñán, Guillermo Cáceres y Armando Stavelot.
Imagino esa discusión, con David caminando decidido a la puerta de salida, pero Juan Quiñones quedándose, intentando de hacer cambiar de opinión a los retrógradas, intentando con palabras calmadas pero firmes, hacer valer su visión progresista. Justo antes de salir de la sala donde se hacía esta asamblea, David se da cuenta que falta Juan. Se da media vuelta y lo ve aun peleando con los dirigentes y le grita: «¡Vámonos Quiñones! Deja que jueguen los viejos.»
Se fueron al «Quita Pena». Lo demás, como dicen, es historia.
Como pueden ver, la historia es muy clara. Magallanes es lo viejo, lo retrógrado, lo añejo, lo mañoso, lo amateur, las ideas que no permiten avanzar hacia un mejor horizonte. David Arellano y sus compañeros fueron el futuro, fueron la ambición, eran la revolución, el compromiso con la noble profesión de futbolista, eran la señal de tiempos más prometedores.
No le debemos absolutamente nada a Magallanes. Ellos no son «el papá de Colo-Colo». Ellos no nos dieron nada, solo nos querían mantener atados a ideas añejas. Magallanes, era el viejo fútbol. Imaginen que Arellano hubiese agachado el moño. ¿Qué sería del fútbol chileno sin Colo-Colo?
Colo-Colo no tiene padre. Ni literal, ni futbolísticamente. Colo-Colo no nace como una filial de Magallanes. No nace «de» Magallanes. Colo-Colo nace de la rebeldía, progresismo y pasión de este grupo de díscolos que decidieron no conformarse, que quisieron darle a Chile un equipo con el que pudieran sentrise representados desde Arica a Tierra del Fuego, contra la «moda» de aquella época de los equipos de colonia (Palestino, Audax y Unión Español). Un equipo cuyos valores incluyeran la pureza, la seriedad y compromiso; por eso el blanco y negro de nuestro uniforme.
Magallanes, te respeto como equipo, pero no soy tu hijo.