por Diego González, panelista del #ColoCoLeit.
Cada vez que ganamos un clásico, cualquiera, con el archirrival o la Católica (ahora saltan todos a decir que no es clásico… no es un MegaHiperClásico, pero es un partido distinto), cuando ganamos cualquiera de los clásicos, saltan todos a odiar a Colo-Colo. «El estadio te lo construyó Pinochet», «siempre ganando con ayuda de la ANFP», «Jugaron mal y ganaron de suerte», «ahora salieron de la cueva todos los colocolinos, ahora que ganaron, pero si pierden ni aparecen.»
Y me gusta. Disfruto ver cómo se quedan sin argumentos decentes. Sin nada más que inventar para desviar la atención del único hecho irrefutable, inapelable y notorio: Son hijos nuestros. Todos.
Suena soberbio. Pero es la verdad.
No tienen nuestras copas, no tienen a David Arellano, no tienen nuestro estadio y no tienen a nuestra gente. Son más chicos que nosotros. Todos. Desde San Marcos de Arica, hasta Deportes Puerto Montt, con especial mención al búho que se cree felino, ese, ese al que más le duele aceptar que no puede con nosotros en cancha desde el 2013.
Y quiero hacer hincapié en que «no tienen a nuestra gente». No tienen a nuestra hinchada. Porque cada vez que ellos pierden un clásico, los pirulos y los chunchos, ambos recurren a la desclasada costumbre de llamarnos «picantes», «Indios», «cogoteros», «pasteros», «hambrientos» y un largo etcétera.
¿Y sabís qué? Tenís razón. Somos «picantes», «indios» y «hambrientos». Nos sentimos orgullosos de eso. Porque nosotros no somos como tu, chuncho arribista, que te creeís «ilustrado», que te creís «la élite intelectual». Somos indios», porque estamos orgullosos de tener sangre araucana, porque el mapuche es mi padre y mi madre. No me avergüenzo de ser mapuche, mezclado con español, no me importa. No quiero cambiar mi apellido «Paillalef», por ese agringao’ que a ti te hace inflar el pecho con tu jefe. Soy «hambriento», y no me importa, porque pasamos hambre cuando chicos, porque nuestros papás tenía que escoger entre comer ellos o darnos de comer a nosotros, los hijos morenos y care’ indios que a ti tanto te molesta tener en tu estadio con nieve.
No nos importa que ahora seamos «más» que nuestros viejos, que ahora nosotros sí tengamos un título universitario o técnico, porque NUNCA nos olvidaremos de dónde venimos. Nunca nos olvidamos que venimos de gente trabajadora y humilde. No como tu, cruzado pirulo, que te olvidaste de que tu abuelo era campesino, que tu tatarabuelo muy posiblemente también era mapuche.
Sigan diciéndonos «los regalones de Colina 2», los «cogoteros», «heladeros», «hambrientos». Nos da lo mismo. Vivimos más felices. Más preocupados de agradecer nuestra herencia, que de aparentar ser de la élite. Colo-Colo es pueblo. Es Raza Brava. ¿qué me importa lo que diga el que no nos llega ni a los talones en la cancha? Sigan ladrando en el sótano.