Columnas Olrai

Esteban

Por Erick Zavala, panelista del Colocoleit

 

Hace mucho tiempo tenía ganas de escribirte, de verdad. No lo había hecho porque en el éxito es fácil hacerlo, está todo más iluminado y quizás lo que pusiera acá podría haber estado un poco influenciado por la excitación de una copa o uno de tus tantos goles frente al clásico rival. No, tenía que ser ahora, con la decepción de perder un título, en un torneo donde no fueras el goleador, después de un clásico donde no hiciste goles. Porque ahora la única influencia que podría tener es la de la pena que aún no me deja tranquilo. La de un Colo-Colo convulsionado. La de un período donde está en el tapete quién merece ser llamado ídolo, quién es solo referente o quién, simplemente, no merece siquiera ser considerado en los anales del club.

En este ambiente es cuando quiero decirte que, para mí (sé que somos muchos, millones), eres el último ídolo que ha tenido este club. Nada menor si consideramos la rica vitrina de jugadores que están escritos con letras doradas en la historia de esta institución. Pero como siempre, en todo, no dudo que hay gente que quizás crea lo contrario. Tal vez tú mismo, que desde la humildad puedas creer que ese título no te corresponde. Para ellos, para ti, lo explico.

Para mí un ídolo es quien no solo es un gran jugador, sino que de verdad muestra un compromiso con el club. Un jugador que no solo se pone la camiseta y en conferencia de prensa dice que «Colo-Colo es el más grande de Chile y que hay que dejar todo por esta camiseta y la hinchada». No solo lo dice, porque con eso no basta, lo hace. Un ídolo es un jugador que no le celebra un gol a Colo-Colo jugando un clásico y después vuelve para levantar una copa en la quiebra. Un ídolo es un jugador que se pone la jineta y sabe lo que eso significa, lo respeta, sabe todo lo que representa. Si, ese mismo que es el último gran capitán antes que tú. Un ídolo es el que siempre va a hablar bien de Colo-Colo, incluso en los malos momentos, porque es ahí cuando más se necesita su palabra de calma y aliento, esa misma calma que tenían en un metro cuadrado.

Podría seguir, porque más importante que tener muchas copas es tener muchos de esos que terminan siendo embajadores del club. Pero de verdad, no solo porque jugaron un año o porque salieron de la cantera. No. Es ahí cuando se empiezan a separar los referentes, los jugadores que nos hace sentir bien que hayan vestido la camiseta del popular y los que van a quedar en la historia.

Para mi eres el último gran cacique, no tengo duda. ¿Sabes por qué? Porque yo te vi darnos el último título antes de la gran sequía. Porque no tuviste miedo para dar la cara después de esa terrible tarde del 5-0 y decir que muchos tenían que partir del club. Porque poco después te vi salir expulsado, lleno de barro, luego de haber clavado la pelota en el ángulo del arco sur del Monumental. Te vi saliendo mientras besabas el escudo, despidiéndote del club por el que tanto habías querido jugar, pero que no era suficiente razón para tranzar tus ideales. Vi como los dirigentes te dejaron ir. Vi como partías con parte de la tarea hecha en la historia de este club, pero sabiendo que habían cosas pendientes.

Porque te vi apoyar desde México y, a pesar de tu salida, nunca tirar declaraciones que hicieran ruido en el club.

También vi con alegría cuando no tuviste problema para dejar de recibir un sueldo millonario y decidiste volver cuando el club más te necesitaba. Ya llevábamos 5 años sin la alegría de ser campeones y sé que a ti también te dolía. Sé que te dolía porque apenas te pusiste nuevamente el indio en el pecho llamó la atención que esta vez fuera con el 30 en la espalda. ¿La razón? «Vamos a ser campeones, vengo a bajar la 30». Y cumpliste. Fuiste el goleador del torneo y después de tanto tiempo volvimos a abrazarnos. Fue un trabajo en conjunto, fue un equipo, pero tú pusiste la primera piedra: creer.

Estás dentro de los máximos goleadores de la historia de este club, que ha tenido goleadores extraordinarios. Eres el capitán. Nos has dado títulos e innumerables alegrías. Ya no tienes nada que demostrar, a nadie, y aun así sigues siendo de los que más corren, de los que más se entregan en la cancha. Peleando el título de goleador del torneo con un veinteañero y sufriendo como todos nosotros las desilusiones de las derrotas. Todavía eres el primero en saludar a la hinchada y el primero en salir mascando la rabia cuando sabes que no lo hicieron bien. La misma rabia que mascamos nosotros. Todavía en cada declaración dices que tu gran sueño es traer nuevamente la Libertadores a Pedrero.

No tienes problemas en sacarte una foto con un hincha de otro club. Nunca has tapado la insignia en la polera de un niño. Fuiste el último en dejar la cancha cuando se consumaba el regalo de un campeonato a la contra. Lo estabas sufriendo tanto como nosotros, pero no te escondiste. Te quedaste ahí, de frente, aplaudiéndonos y recibiendo nuestros aplausos. No eres grande por los goles, eres gigante por lo que amas este club, estos colores, esta camiseta. Por como la sientes y como la defiendes. Son pocos los que saben de eso, muy pocos. Tú, tú eres el último.

Si todo esto, para alguien –o para ti-, no llena la palabra ídolo, quizás tenemos que reformular la definición de la misma.

Gracias, Esteban. Gracias, Esteban Paredes por ser colocolino.