¿A nadie más le llamó la atención el Freddy Krugger que colgó un piño de la GB en el acrílico del sector Arica? A mí sí. Y creo que fue mufa. Porque pasamos de la «A Nightmare on Elm Street» a la «Pesadilla en la Calle Marathon«.
El viernes ante Iquique quisimos reivindicar el terror de la Ruca. Quisimos devolverle la chapa de «Reducto difícil» para el visitante. Pero en cambio terminamos afirmando una sola cosa: El peor arranque de local desde que don David gritó «¡Vámonos Quiñones!».
Obviamente ya empezaron a salir los que piensan que pedir renuncias a destajo es la solución hasta para el cáncer, pero vamo’ a analizarlo’.
No vamos a ir uno a uno, porque no quiero latearlo (?) pero sí lo más trascendente.
Antes del primer gol de Iquique parecía que íbamos a ganar 30 a 0. Atacábamos constantemente y los Charizard Celestes no llegaron ni una sola vez. Hasta el gol. Un gol feo como el hijo mutante de Kalule Meléndez con Clarence Acuña, pero que vale igual y que consiguió que Colo-Colo se desarmara, se pusiera ansioso e hizo que costara volver a organizarnos.
Con la expulsión de Thomas Charles pareció que todo sería más fácil para revertir el asunto. Pero al contrario. Nos desorganizamos más.
Y cuando por fin nos ordenamos un poquito más vino el segundo.
De ahí en más pareció que pasó el fantasma del segundo período de Gustavo Benítez y le gritó a Guede «¡Te quedaste sin ideas!», porque teníamos un 99,999999% de la posesión (Dato real y verídico), pero en vez de la verticalidad prometida por Guede pasamos a la horizontonalidad (Palabra real y verídica también). Teníamos la pelota en el borde del área, pero la pasaban de lado a lado. De Fierro a Pajarito, Pajarito a Pavez, Pavez a Martín Rodríguez y de Rodríguez a Pavez… Y así.
Entró Pajarito, pero solo a regalarle otra pelota más al joven esforzado de la Galería Arica en tiro libre desde una coqueta posición al borde del área. Valdés pide la pelota durante todos sus minutos en cancha, para dar malos pases o directamente tirarla al saque de banda. Muy mal Pajarito. Lo peor es que por su nombre y jerarquía (Que un mal campeonato no pueden tapar. Es un tremendo jugador. Eso no lo niego) los compañeros se sienten obligados a darle la pelota y termina perdiéndola. O se pone las pilas o la banca debiese ser su destino un par de partidos a ver si espabila.
En el segundo tiempo Paredes fue un náufrago con un Riveros que por más que buscó engancharse para tocar la pelota, poco pudo hacer.
Mi diagnóstico final: Faltó alguien que hiciera una pared. Un paso filtrado. Una luz cegadora. Un disparo de nieve. Faltaron ideas y un poquito más de corazón. Como el del joven Suazo, que no solo se fue llorando al camarín, sino que durante su tiempo en cancha fue uno de los pocos que buscó más respuestas que el resto.
Lo peor de todo es que si hoy Everton llega a empatar quedamos penúltimos…
Y nos reíamos de Beccacece…