Columnas Olrai

Colo Colo: Un legado de amor, sacrificio y esperanza

[Columna de Pato Tapia, auditor Olrai]

Colo Colo no es solo un equipo para mí. Es mi vida, mi historia, mi salvación. Es el recuerdo imborrable de una infancia marcada por la pobreza, pero también por la alegría incondicional que me daba mi familia cuando el «Cacique» ganaba.

Vengo de un hogar donde las necesidades eran muchas, pero donde también había un amor profundo, ese que solo los padres pueden dar. Recuerdo cómo mi padre se iluminaba de felicidad cuando Colo Colo ganaba. En esos 90 minutos, las dificultades del día a día se desvanecían, y su alegría se convertía en un respiro de esperanza. En esos momentos, el fútbol dejaba de ser solo un deporte para convertirse en un refugio. Un espacio donde, por fin, todo parecía posible.

Una Navidad, cuando apenas tenía seis años, entendí la verdadera magnitud de lo que era el sacrificio. Había poca comida para la cena, y los juguetes eran modestos, no como los de los otros niños. Pero debajo del árbol había un solo regalo. No lo entendí en ese momento, pero ese único regalo fue el que cambió mi vida. Era la indumentaria de Colo Colo, con el número 7 de mi ídolo, Marcelo Pablo Barticiotto. En ese instante, sin saberlo, mi corazón se llenó de una alegría que no sabía cómo describir, y mi vínculo con ese equipo pasó a ser algo más profundo que una simple afición. Fue el amor por mis padres, el agradecimiento por todo lo que sacrificaban por mi felicidad.

Ese regalo fue mucho más que un objeto material. Era un pedazo de esperanza, un símbolo de que, a pesar de las carencias, siempre había algo por lo que seguir adelante. Mi amor por Colo Colo no solo representaba mi pasión por el fútbol, sino también el amor de mis padres por mí. Era la manifestación de su esfuerzo, de sus sacrificios para darme lo mejor que podían.

A los 11 años, mi primer viaje al estadio con mi padre fue una de esas experiencias que jamás olvidaré. En ese partido, Murci Rojas anotó y nos dio una nueva estrella. Ver a mi padre llorar de emoción y alegría es un recuerdo que me acompaña siempre. Fuimos solo dos veces al estadio juntos: esa vez, y la segunda, cuando llevamos a mi hermano, para ver un empate 3-3 contra Coquimbo. Son recuerdos que guardo con un amor inmenso, porque, de alguna forma, esos 90 minutos eran todo lo que teníamos para estar juntos, para ser felices.

Pero la vida, como siempre, tiene otros planes. Mi padre, el hombre que me enseñó lo que es el verdadero amor por Colo Colo, se fue demasiado pronto, víctima de un cáncer fulminante. Yo, con 15 años, me vi envuelto en una espiral de errores, buscando consuelo en los lugares equivocados. Solo encontraba libertad y algo de paz en esos 90 minutos en los que Colo Colo jugaba. Fue en el estadio donde conocí a personas que, como mi padre, me mostraron que la vida, aunque dura, podía ser sobrellevada.

Hoy, como padre, me doy cuenta de que mi amor por Colo Colo es más que una pasión deportiva. Es el legado de mi padre, el vínculo que me conecta con su memoria, el refugio que encontré en mis momentos de desesperación. Es una tradición que quiero transmitir a mis hijas, no solo como un equipo de fútbol, sino como un símbolo de lo que significa luchar, amar y recordar. Colo Colo no es solo un equipo; es el recuerdo de su abuelo, la fuerza que me impulsa a seguir adelante, y la esperanza de que algún día, ellas también lo llevarán en su corazón.

Colo Colo es vida. Es un refugio en los momentos más oscuros, es la luz que me ha acompañado en los días más grises. Es mi familia, mi historia, y mi razón de ser. No es solo fútbol, es una forma de vivir, de recordar y de agradecer. En cada partido, en cada gol, en cada victoria, siento que mi padre está allí, celebrando conmigo, recordándome que el amor y el sacrificio siempre valen la pena. Y sé que, a través de mis hijas, ese amor por el «Cacique» seguirá creciendo, porque Colo Colo es, y siempre será, un legado familiar