[COLUMNA DESIREE CRUZ L.] Han pasado varios días y muchos de nosotros aún recordamos el último partido de Colo-Colo. Y no solo porque ahora se esté jugando fecha FIFA y extrañemos verlo en la cancha.
Lo recordamos porque el último partido de Colo-Colo fue un clásico contra el archirival.
Sé que muchos, al ser el clásico más desigual del mundo, ya no lo consideran clásico. Pero no pueden negar que la emoción y el nerviosismo que provoca jugar contra los azules son distintos a los de otros partidos.
El partido contra el archirrival es algo especial que empieza unos días antes con el Arengazo, una de las buenas cosas que hace la GB y particularmente el de este semestre, que fue monumental. Un estadio lleno alentando a los jugadores diciéndoles «¡Hey! ¡Acá estamos, no nos importa el puesto en la tabla ni el bajo rendimiento; el fin de semana se juega contra ellos y ustedes necesitan nuestro aliento, jueguen con todo cabros! ¡Que acá estamos!
Y ya se veía en ese arengazo que el partido venía bueno. Al ver la ruca llena de gente. Barra y familia; todos juntos, nuestros corazones comenzaban a palpitar el partido y en un rinconcito pensaban «Este lo ganamos».
Y así fue, con uno de los mejores partidos de este Colo-Colo, una tarde mágica se vivió en Pedrero. No hubo jugador que tuviera bajo rendimiento y se unieron todos en un baile bien dado a los azules.
Todo era alegría y emoción, y es algo que hasta el día de hoy recordamos.
El clásico es distinto, se saborea distinto, se vive distinto. Yo creo que no hay colocolino que no se haya visto los goles más de una vez. Repetirlos y repetirlos hasta decir basta.
El cabezazo de Julio y el golazo de Martín en cámara lenta, normal y ese pecho que se nos infla de puro orgullo cada vez que los vemos.
Los clásicos se viven con todas las ganas, se cantan a todo pulmón y se sienten con el corazón, más aún si son en nuestra casa. Yo por lo menos, aún recuerdo el clásico pasado y eso que no pude verlo. Me lo busqué en un link trucho, horas después de que hubo terminado y lo vi en mi celular; sabía que habíamos ganado, pero la emoción de ver los goles fue como si lo estuviera viendo en vivo y en directo. Eso es lo lindo de un clásico, se sigue viviendo, sigue palpitando en el aire. Palpita en la polvareda de la pobla, en el verde del “barrio alto”, en el bar de la esquina, en el pasto de esa cancha que amamos.
Pueden pasar semanas, meses y hasta años, pero un clásico nunca se olvida. Cada uno de nosotros guarda en su mente y corazón albo uno o varios clásicos que se quedaron ahí para recordarnos lo lindo que es ser colocolino. Porque aunque sea el más desigual del mundo, sólo nosotros sabemos lo lindo que es ganarles.