Ya son 27 años desde esa noche en que se concretó la gesta más importante del fútbol chileno, a nivel de clubes. Una noche copera, con un estadio repleto y un rival aún más copero. Esa noche de junio estaba destinada a volverse leyenda, por eso dejó mil cosas de que hablar por los siguientes años, cuando nos sentáramos a recordarla. Las cábalas, la sopa de caracol, la llegada al estadio. Morón, el Chano, el Kaiser. Cada jugador es una historia de 90 minutos imborrables. El hombro del Coca. El suplente que terminó siendo genio y figura. La carta de Barti y el llamado a su viejo mientras celebraba que la copa se quedaba en el Monumental. El niño que se cruzó en la foto oficial. Las antorchas. Vladimiro Mimica. Esa noche tenía que volverse historia. Tenía que ser así. Así fue.
Y algunos dicen que está empolvada y que vivimos del recuerdo. Pero para recordarla hay que tenerla, y en realidad, la Copa es la más brillantes de un museo que se queda sin espacio.
Dicen que somos el peor campeón de la Copa. Pero en el trofeo no está escrito el nombre del equipo que la jugó mejor, solo están los que la tomaron, la besaron y la levantaron al cielo con las manos sudorosas de nerviosismo y los ojos inundados de emoción.
Desde hace 27 años celebramos este día porque, hasta ahora, es único. Y justo ayer, en la víspera de una nueva celebración, conocimos el siguiente paso en este sueño continental 2018. El destino: Brasil, São Paulo. El rival: Corinthians.
No será fácil, pero estamos en octavos después de más de una década, y estamos ilusionados. Y queremos más. Hinchas y jugadores. Estamos ahí, donde siempre debimos estar, y nadie nos puede negar soñar. Al final, somos 11 contra 11, un estadio, una cancha, los de ellos y los de nosotros. Sus ganas y nuestro deseo de repetir esa noche del 5 de junio de 1991.