[LA RUTA DEL FÚTBOL] La familia de la mamá de Relatorcín es oriunda del Aconcagua. Hijos de San Felipe. Hombres y mujeres de campo, parras, duraznos, desfiles en las plazas, perros paseando libremente por las calles, locales cerrados por la siesta, haitianos, chinos trabajólicos, cabañas del amor y palacios en ruinas.
Aprovechando el fin de semana largo, fuimos con dos familias más, compañeritos de colegio de Relatorcín, a disfrutar de las bondades del valle en la casa familiar, una locación plenamente adaptada, con diversos animales, decorada cuidadosamente y con las comodidades justas para respirar profundo y lograr la felicidad plena.
6 adultos y 8 niños pueden sonar a manada, pero la convivencia se dio sumamente agradable, dentro de los márgenes del respeto, del diálogo ameno y de la alimentación rica en carbohidratos y proteínas a la parrilla. Rica y abundante, como Dios manda en el campo.
La programación del fin de semana era variopinta. Paseos al cerro, completada, visita a la feria, a la Plaza de Armas, asado, conocimiento de caballos, lomitonada, compra de frutas y verduras como si no hubiera mañana y uno especial que no pudo evadirse: disfrutar en vivo y en directo de un partido de Unión San Felipe, el elenco local, de fastuoso pasado durante la primera parte de la Unidad Popular, pero de decadente presente deportivo.
Los tres papás, unos más futboleros que otros, vimos una oportunidad de oro. En el Monumental de Avenida Maipú, se enfrentaba el Uní Uní contra Deportes Puerto Montt. Un clásico, a todas luces. Una perla. Una sinfonía. Más aún, si tomamos en cuenta la presencia de Washington Sebastián Abreu, el loco de Lavalleja, quien a sus tiernos 40 años y luego de pasos por Flamengo, San Lorenzo, Real Sociedad, River Plate, La Coruña y 45 equipos más, decidió terminar su exitosa carrera en el elenco albiverde de la provincia de Llanquihue. No me explico por qué.
Dos autos fueron necesarios para trasladar a los 11 valientes -el tío y una prima de Relatorcín se unieron al ver tan imperdible panorama- hacia la Bombonera del Aconcagua. Llegamos justos, casi atrasados, ya que el postre gigante de Manjarate, hecho por la cuñada de la mamá de Relatorcín, tuvo que ser degustado por completo. Una larga caminata debido a los accesos cerrados, nos permitió bajar el asado y prepararnos para presenciar un espectáculo que prometía ser digno de los mejores escenarios del mundo.
El sol iluminó nuestras sonrisas en todo momento, mientras sentados en los lujosos tablones de madera del siglo pasado, veíamos cómo la escuadra del Valle no encontraba la fórmula para doblegar a los sureños. Todo esto, adornado con ingeniosos insultos y cánticos que criticaban el cambio de diseño y color de la camiseta del equipo de la V Región Cordillera y que insinuaban sutilmente que los hinchas de San Felipe sometían sexualmente a los de su pueblo vecino, los cóndores de Los Andes.
Abreu, por su parte, a todas luces arrepentido de participar en un campeonato tan discreto y evidenciando que su trasero pesa mucho más que cuando jugaba en las mejores ligas del mundo, sólo se dedicaba a dar pechazos y conversar en términos soeces con sus rivales y el árbitro. De fútbol, poco o nada. Casi nada, si tomamos en cuenta que sus compañeros poco ayudaban a que él desarrollara su juego.
Fuera de la cancha, la mayoría de los niños se entretenía haciendo lulos con unas cintas de papel, seguramente compradas en oferta en el local de los chinos, mientras Relatorcín y su amigo Vicente, algo más instruidos en el deporte del balón, miraban a través de la reja como el guardalíneas se comunicaba en todo momento con sus compañeros de arbitraje mediante un aparato bastante más tecnológico que cualquier cosa que pueda encontrarse en el mercado local. Incluso en el local chino. Reguatoncín, por su parte, corría una y otra vez, por delante y por detrás del gran lienzo de LDV.
Debido a lo mediocre del espectáculo y tratando de hacer que este paseo valiera la pena, conminé a los más interesados a ir al núcleo de la barra local, los llamados Los del Valle. Gracias a la generosidad de sus líderes, un par de jóvenes que sospecho aun no dan la PSU -y no por edad- permitieron que los niños tocaran su bombo. Todo un lujo si tomamos en cuenta que el plan Estadio Seguro es muy estricto con este tipo de adminículos de animación, sobre todo en la capital.
El segundo tiempo, otra siesta. Los lulos de papel de los infantes se hacían cada vez más contundentes y las conversaciones entre los adultos, alejadas del deporte por supuesto, se hacían cada vez más interesantes. Cualquier cosa con tal de evadir lo que estábamos viendo.
Unión San Felipe, si sigue jugando así, seguirá su decrecimiento constante. Su delantera hace menos daño que abuelita tierna, su defensa es tan sólida como un castillo de naipes y Joaquín Lavín tiene mejores ideas que sus mediocampistas de creación. Puerto Montt, mejor no lo hace, pero con la esperanza que sus rivales se caguen de frío cuando vayan al Chinquihue y puedan rescatar valiosos puntos de local para no perder la categoría.
El pitazo final fue un alivio. El 0 a 0 fue rotundo y categórico. El espectáculo futbolístico fue de mediocre para abajo. Los hinchas aconcagüinos se fueron tristes y decepcionados, quizás con la secreta esperanza que una visita a la prestigiosa Heladería Olguín pueda devolverle el sabor a este domingo sin fútbol por $1.190 un barquillo doble, con dos sabores a elección. Bocado y otro más. Nunca podré explicarme por qué existiendo más de 40 sabores, la gente de aquí sigue prefiriendo el bocado. Vainilla, como le decimos en Santiago. Pero bueno, los gustos de los sanfelipeños no son los gustos del mundo. Eso está claro.
Los niños, con su mágica inocencia, no estaban tristes. Y menos tristes se pusieron cuando gracias a la gentileza de un caballero de pelo cano y frondosa panza, tuvieron la oportunidad de subir a las casetas de transmisión para ver desde las alturas la cancha del Maracaná del Valle Central. Un privilegio sólo de los más exitosos periodistas de la 91.7 y del diario El Aconcagua, el poder de la información.
Así, con la contradicción de no haberlo pasado tan mal, pero de ver un partido de mierda, nos retiramos caminando por una cada vez más desaseada Avenida Maipú. Felices. No por el futuro del Uní Uní, sino por el futuro cercano. El grupito que no fue al estadio, nos esperaría con unos apetitosos lomitos con pan amasado y una mayonesa sabor queso de antología. El verdadero manjar del Aconcagua.
Parada 6 de la Ruta del Fútbol: Estadio Municipal, San Felipe. ☑️