[LA RUTA DEL FÚTBOL] El fútbol de la tercera división tiene un saborcillo especial. Igual que las empanadas de medio kilo. Por eso, el capítulo de hoy de la Ruta del Fútbol reúne lo mejor de dos mundos. De tres, en estricto rigor: fútbol apasionado y sufrido, delicias culinarias y artesanía tradicional.
Con el afán de buscar un panorama que acomodara a toda la familia –la única forma de convencer a la mamá de Relatorcín de hacer estas tonteras– inventamos un paseo espectacularmente espectacular. ¿El plan? Ir a almorzar a Pomaire, visitar a una amiga paisajista de la mamá de Reguatoncín que vive en Melipilla y terminar viendo el duelo entre el puntero Deportes Melipilla y el colista Deportes Vallenar. ¿Irresistible, cierto?
Partimos más temprano de lo presupuesto originalmente porque la paisajista melipillana tenía cosas más importantes que hacer y solamente nos podía recibir tipo 12 y media. Llegamos a una especie de parcela muy, muy, pero muy grande en medio del campo. Qué lindo es vivir alejado de la civilización, rodeado de áreas verdes, aire puro, perros, caca de perros y un poco de silencio. El único problema es que hay que preocuparse mucho de la seguridad. Portón televigilado, doble cerco eléctrico, sensores de movimiento y un grupo grande de perros bravos y hambrientos en busca de carne de ladrones.
Luego de saludos varios, tours por la casa y por el patio, dos vasos de Qu4tro con hielo y cinco agachadas para sacar maní salado de la mesa de la terraza, partimos rumbo a Pomaire por un hermoso y curvado camino interior. Entramos por la plaza, no por donde los turistas y llegamos donde mismo vamos cada vez que vamos. Un estacionamiento gigante donde por presentar la boleta del restaurant San Antonio te dejan estacionar gratis. Sin esperar más y ya con el sonido ensordecedor de las tripas, entramos al San Antonio.
Ya no era septiembre, pero en Pomaire siempre es como septiembre. Un caballero con un órgano autóctono (de Corea del Sur) entonaba la melodía de La Consentida. Su voz, algo gastada seguramente por el efecto de las fiestas patrias, se escuchaba algo baja e imprecisa, pero qué importa.
Ya en la mesa, la carta era rica y abundante en pino, lomo, carbohidratos y sabor. Para no quedar mal con la dieta que estoy haciendo, pedí una ensalada de papas fritas y una sprite, pero zero.
Reguatoncín y Relatorcín se dieron un festín de papas fritas, huevo frito y mini pedazos de carne que usurparon de los platos de sus padres. La mamá de Relatorcín pidió una ensalada surtida, pero también cayó ante la tentación de los tubérculos fritos, así que cada vez que los pequeños miraban para otro lado, ¡zas! papa que llegaba a su boca. Una delicia por donde se le mire.
Cuando ya no podíamos respirar, pedimos la cuenta y una bolsita para llevarse los restos de carne que no fuimos capaces de engullir. Horas más tarde los pondríamos en un microondas de Santiago.
La señora que nos atendió, muy amable ella, nos preguntó si queríamos ir a la Granja Educativa. Yo me imaginé chanchos, gallinas y una entrada por pagar, pero la señora, que parece que vio en mi mirada una gran inquietud, aclaró que aprenderíamos a usar la greda y que era totalmente gratis. ¿Qué nos han dicho? Granja Educativa, ¡allá vamos!
Antes, el infantable y esta vez veloz tour por la calle principal de Pomaire. La greda en su máximo esplendor. Winniethepoohs de greda, barts de greda, pepaspigs de greda, mickeys de greda, pokemobolas de greda, pura tradición nacional. Lo mejor de lo nuestro.
Llegamos a la Granja, que se llama así haciendo un jueguillo de letras: GRanja Educativa Alfarera. El atento y siempre cordial Alejandro, un artesano oriundo de la zona, nos hizo ver un video de 8 minutos y medio, para luego invitarnos a vivir la experiencia de la greda. Nos trataba de chiquillos. Chiquillos acá, chiquillos allá. Nos enseñó a hacer una mini tinaja, paso a paso. Pasos que obviamente Reguatoncín no respetó y metió toda la greda en la casata con agua que había. Ocupamos nuestra palma como un torno y le dimos forma a nuestras obras de arte. Algunas más artísticas que otras, chiquillos. Terminada esa parte del taller, el didáctico Alejandro hizo una demostración del torno tradicional, chiquillos. No faltó la vieja califa que hizo la talla de Ghost y que luego pagó los $1.000 por sentarse arriba del torno y que le sacaran una foto. Obviamente de Demi Moore, la gorda no tenía nada.
Rápidamente, luego de ir al baño (fuimos todos menos Reguatoncín), emprendimos rumbo al Olímpico de Melipilla. Ya basta de grasas saturadas, basta de artes plásticas, basta de tradiciones, el fútbol nos esperaba.
Llegamos un poco tarde, porque la fila para entrar era impresionante, de superclásico. Yo tengo la suerte de entrar con mi credencial y los niños entraban gratis, pero la mujer de la familia debía comprar su entrada.
El estadio no es grande, pero no es chico. Melipilla llevaba tres partidos seguidos ganados y eso se expresaba en el ambiente. Los potros la llevan en la segunda división y su público acude en masa.
Como nunca antes me había tocado, había una caseta de prensa disponible. Fuimos en familia, pese a los cuestionamientos del guardia. El problema fue que hubo que subir una escalera bomberil, de como 50 inestables escalones, casi de 90 grados. El vértigo de la mamá de Relatorcín no ayudó en su estado de ánimo. Ya arriba, tuvimos que bajar. No estaban las condiciones mínimas para ver un partido. Había que estar empinado, sujetando una puerta para que el viento no se la llevara y escuchando a un amable señor de una radio local que nos hablaba con lujo de detalles el auspicioso presente del elenco local y cómo Larry Valenzuela, campeón hace algunos con O`Higgins, prefirió Melipilla antes de irse a Antofagasta para estar más cerca de su familia.
En la cancha, el triunfo fue de los locales, inmensamente superiores: dos a cero, inapelable.
En las bancas, Marcelo Zunino mostraba su humor e histrionismo dando instrucciones y Nelson Cossio, desesperado por no haberle ganado a nadie, gritaba y puteaba tratando de encontrar alguna solución. Me tinca que el ex arquero no dura hasta fin de año, producto de su discreto equipo y de los sueldos, que creo que llegan tarde, mal y nunca.
Y fuera de la cancha, Reguatoncín no encontró nada mejor que esconderse bajo las galerías para hacer sus necesidades. No hay caso que avise el cabro de mierda. Se esconde entre cortinas, tras de puertas o donde sea, se pone rojo, aprieta los ojos y listo. Lo peor, fue que después siguió corriendo por los tablones hasta que se cayó entre los escalones, quedando horizontal en el suelo del Roberto Bravo Santibáñez. El espacio entre su trasero y el piso se redujo a cero. Mejor no recordarlo.
En el entretiempo, y ante mi gran sorpresa, me encontré con el Leo, el central de un equipo rival en la liga de ex alumnos del colegio. No es mi amigo ni nada por el estilo, pero ambos sabemos nuestros nombres y nos saludamos efusivamente con un gran abrazo. ¿Qué haces aquí?, me preguntó. Conociendo estadios, le dije, ¿y tú? Yo soy presidente de Melipilla. A mier, no soy nadie.
Por suerte llegó el pitazo final. El calor se transformó en frío producto del viento. Relatorcín quería ir a ver a los jugadores al camarín, pero su mamá ya no podía más y el pañal de Reguatoncín, tampoco.
Parada 3 de la Ruta del Fútbol: Roberto Bravo Santibáñez, Melipilla.
Aguante el POTRO SOLITARIO!
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Una exelente iniciativa y muy buenos comentaristas slds
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